(Corea del Sur, Lee Sang-Deok, 2025)

“Al borde de una ciudad corrupta se encuentra el «Texas Hot Spring», dirigido por los hermanos Ro-han y Gyo-han. Ro-han conoce a Jae-in, una chica maltratada por su madre, y termina vendiéndole drogas a esta, causando su muerte. Mientras tanto, Gyo-han, aliado del jefe mafioso local, decide vender a Jae-in, culpándola por el cambio de su hermano. Ro-han se opone y escapa con ella, decidido a protegerla.”
El estreno mundial de Boy con el guionista y director, el director de fotografía y uno de los actores principales presentes para el encuentro posterior prometía mucho y sin embargo para mi entender (y seguramente me equivoque) la película cojea muchísimo ya desde el guión.

Promete una distopía en la que se habla de una “New Korea” en la que viven los elegidos mientras que los más desfavorecidos viven en una especie de “resort para marginados”, el “Texas Hot Spring”, donde la moneda de cambio de los parias son tickets para entrar a la discoteca (a fumar drogaporro y beber whiskylitro), pero nos entrega una película que si bien tiene algún mensaje chulo, está completamente vacía de interés. Hay un malo malísimo, un hermano mayor que responde ante el malo y un hermano menor que tiene menos luces que un Seat Panda en un desgüace y que no hace más que meter en líos al hermano mayor. Y quizás en esta relación a tres sea donde radica el mayor interés de la película, ya que el castigo moral y físico está muy presente durante todo el metraje planteando la cuestión de cómo se ejerce la violencia: desde el poder absoluto (representado por “El sombrerero”, el malo) hacia el hermano mayor para infundir miedo y poder y de cómo el hermano mayor la traspasa al menor de exactamente la misma forma pero en este caso para tratar de enseñarle y que no cometa más errores. La violencia se hereda en este caso, pero por causas distintas: la usas para dominar o la usas como método de aprendizaje, pero claro, no puedes enseñar a amar si siempre te han tratado a golpes. Una perversa, perversísima concepción del amor y el cariño, que nunca deberían estar asociados de ninguna forma al maltrato.

Curioso es el formato elegido: 4:3, el antiguo formato PAL de las televisiones de tubo. En el encuentro y aunque gran parte de la pregunta se perdió en la traducción (Lost in translation, Sofia Coppola, 2003) el director de fotografía argumentó que era porque siempre quisieron que la película se viera “como en una foto”, imagino que como en una Polaroid. La verdad que el formato ayuda ya que agobia mucho la acción y la hace más cercana. Hablando de cercanía, la película usa y abusa de los primeros planos y los primerísimos primeros planos para captar las emociones de los actores e incluso durante las escenas de acción, aunque no molesta en ningún momento. Es de justicia reconocerle también que a veces hay elecciones muy peculiares sobre la colocación de la cámara en las tomas, y sorprendentemente funcionan muy bien. Les pregunté sobre este punto también, pero de nuevo, se perdió en el teléfono escacharrado de la traducción.
Quitando esto, pues bueno, la película se deja ver pero hay cosas mejores en las que gastar hora y media.
Eso sí, me quedé sin saber por qué diablos uno de los protagonistas lleva una sudadera Adidas de imitación de la Selección Argentina de Fútbol con el 10 de Maradona. A ver si vuelven el año que viene y les puedo preguntar.



