Dracula: a love tale

(Francia, Luc Besson, 2025)

“Tras una devastadora pérdida, el príncipe Vlad II, conde de Drācul, renuncia a Dios y es maldecido con la vida eterna, condenado a vagar solitario a lo largo de los siglos. Este es el relato sobre la historia jamás contada del infame vampiro, que desafiará al destino y la mortalidad en busca de su amor perdido.”

Después de una ceremonia inaugural que supo hacer de la necesidad virtud y demostrar que no hace falta traer youtubers para tener una buena presentación del Festival (todavía recuerdo el chascazo del año que se trajeron a Esty Quesada tras una emotiva presentación/despedida de la querida vicerrectora de cultura Tecla Lumbreras) y en la que los alumnos de la ESAD se marcaron una presentación totalmente impecable, con su homenaje a esa maravilla que es “El jovencito Frankenstein(Young Frankenstein, Mel Brooks, 1974), pudimos ver la última película de ese francés que te da una de cal y tres de arena.

Con la novela de fondo y el subtítulo nada casual de “una historia de amor” lo normal es que en cuanto comienza el primer crédito de la película todos tengamos la película de Francis Ford Coppola de 1992 en la cabeza, y quizás por eso Besson se intenta distanciar de esta otra obra en lo máximo posible. Con una fotografía mucho menos poética (aunque visualmente maravillosa) y contando más o menos la misma historia con la subtrama de amor incorporada que por cierto no aparece en la novela ni de coña. La primera película que muestra este romance reencarnado y que luego se ha explotado incluso en otras películas de vampiros como “Noche de miedo” (Fright Night, Tom Holland, 1985) fue “Drácula” de Dan Curtis, con Jack Palance en el papel de Príncipe de las Tinieblas y con un guión del genial Richard Matheson, verdadero creador esta subtrama que desde entonces ha acompañado a los miembros de la realeza valaquia de ojos almendrados y colmillos largos.

– ¿Entonces no digo lo de los océanos de tiempo?
– Te he dicho que no, cabesa

Para conseguir este “desmarcarse” el director usa algunos de los elementos que le han funcionado tan bien en el pasado, aunque de forma un poco deslavazada y sin demasiada cohesión interna. Las escenas de acción están muy bien rodadas, tiene partes cómicas, partes más poéticas y evocadoras… pero es como si cada una de estas partes fuese por libre, entonces, cuando un elemento de una escena cómica entra a formar parte de otra más seria no sabes muy bien cómo tomártelo (sí, estoy hablando de “esas cosas” que si has visto la película sabes cuáles son y si no no te las quiero desvelar, en eso soy como una estatua de piedra). Recordemos que estamos hablando del director de esa auténtica joya que es “El quinto elemento” (The Fifth Element, Luc Besson, 1997), una película que combinaba acción, romance, comedia y aventura, pero que donde allí logró amalgamar cada una de las partes aquí se queda en una especie de sucesión de escenas en las que tienes que esperar a su desarrollo para ver “de qué va” cada una.

Aun así es una película notable, y lo sería más si no compitiera por una parte con el legado de la cinta de Coppola y por otra con el recuerdo de otras películas del propio Besson.

¡Quítame eso de delante que me da urticaria!

Eso sí, la interpretación de Christoph Waltz es impresionante. A este actor le está pasando como a Robert De Niro en sus mejores momentos: no hace falta que haga nada, con estar en la escena ya la roba y la hace suya. Ojito también a la interpretación de Matilda De Angelis, maravillosa en su papel de sosias de Lucy Westenra, aquí llamada María.

Y ya que he hablado de la diferencia con la novela, en la película hay muchísimas y muy notorias. El personaje de Christoph Waltz es el reflejo de Van Helsing… si este fuese un sacerdote. Mina Harker se llama Elisabeta y olvidaos de John, Quincy y Arthur como los recordáis. Como dije al principio, la novela es el telón de fondo sobre el que Luc Besson ha escrito el guión de “SU” Drácula. Eso sí, hay que tener los huevos cocinados a la papillot como poco para acreditar a Bram Stoker como co-guionista. Por otro lado, dudo muchísimo que Stoker se vaya a quejar, el pobretico mío.

– Pues aparte del vampirismo, no tiene mala cara la chiquilla…

En definitiva, una película que hay que ver. Hay que verla, sí, pero siempre con la mente abierta, dispuesto a la risa, al drama, a la acción y también a la risa involuntaria o de vergüencilla ajena. Al final de la película y si la has visto sabes qué escena es (cuando “ellos salen al exterior), solté un “¡La madre que me parió!” involuntario y en voz alta que hizo que el público a mi alrededor se estuviera riendo un buen rato. Pero es que el sentimiento en un par de partes de la película es ese, y tienes dos formas de tomártelo: o te indignas, o te ríes.

¿Y para qué indignarse pudiendo disfrutar?

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