Luger

(España, Bruno Martín, 2024. Reparto: David Sainz, Mario Mayo)

“Rafa y Toni son dos buscavidas que trabajan para Ángela, una abogada de moral flexible que ofrece a sus clientes soluciones rápidas al margen de lo legal. La historia transcurre a lo largo de un frenético día en un laberíntico polígono industrial, cuando reciben el encargo de recuperar el coche robado de uno de esos clientes. En su maletero, encontrarán una misteriosa caja fuerte que contiene una reliquia de la Segunda Guerra Mundial: una pistola Luger P08 muy codiciada.”

Primer largo que veo este Fancine (quitando la película inaugural), primer trallazo que me llevo en la cabeza. Es increíble lo que Bruno Martín ha logrado en su primer largometraje, una película que combina lo mejor del cine noir pero llevado a un escenario tan distanciado de los gangsters y el glamour como es un polígono industrial. Y todo es sucio, sudoroso, grasiento, pero sin exagerar. Exactamente como es la vida real. En la primera escena los protagonistas entran en un bar de polígono, y lo primero que se oye en la película (según Bruno Martín, estaba en el guión desde el principio) es una tragaperras “Avances, uno, dos, tres”. Los personajes se sientan en una mesa, de bar de polígono, y detrás un cartel anuncia los montaditos y bocadillos disponibles. Al fondo, en una fachada, hay una escalera desplegada apoyada, y los coches y furgonetas pasan a toda velocidad por la calle. El ambiente no se ve ni se oye, Bruno Martín logra que el ambiente de polígono se viva.

Los diálogos son impecables, concebidos desde el hablar normal y natural de la gente de la calle, interpretados magistralmente por el elenco (que está maravilloso) y con un montaje de respuestas dinámico pero sin atropellar, dando tiempo cuando hay que darlo y una respuesta rápida cuando hay que soltarla. Se nota que Bruno ha aprovechado su experiencia como montador en proyectos anteriores y en este aplica todo lo aprendido y ese ritmo intrínseco que creo que hay que tener para ser un buen editor.

El dúo protagonista con alguna hostia fina encima

Y si hablo de diálogos impecables, tengo que detenerme a hablar del elenco. Lo voy a resumir: no hay un sólo actor que esté mal. Ni regular. Y si me apuras, ni simplemente bien. Lo normal en una película de presupuesto ajustadísimo como esta es que alguien del elenco esté “discreto”. Pues en Luger no pasa, el grupo actoral está a un nivel estratosférico, en lo que creo que es una conjunción de tres circunstancias. Por un lado el oficio, ya que no hay nadie principiante (o eso he podido comprobar). La segunda sería la capacidad de Bruno Martín de hacer sentir el rodaje como un proyecto conjunto, según nos comentaron en el encuentro posterior a la proyección de la película. Y por último, el que cada personaje que sale en la película tiene un trasfondo detrás que se deja ver a veces más explícitamente y otras veces sólo por una frase, una respuesta, un destello, que nos muestra que detrás de esa actuación hay una historia.

Mario, David y Mariví en el encuentro

Por ejemplo, en Luger no hay mujeres fatales por las que los protas se dan hostias, sino que hay una mujer maravillosamente interpretada por la actriz Mariví Carrillo que reparte hostias fatales a los protas (no en vano Mariví es actriz pero también especialista y doble de acción) y que, al igual que el resto de personajes, tiene su propio trasfondo. En el caso de Mariví por ejemplo es una charla telefónica (en la que hace una defensa del campero malagueño, mejor bocadillo a este lado del Río Colorado) que según nos confesó en el encuentro posterior fue improvisada y en la que llama a su pareja cariñosamente “gordo” y se despide con “un besito”. Justo a continuación viene una escena de hostias importante. La misma mujer que prometía llevar la cena a su gordo al que quiere porque se despide con besitos, repartiendo estopa treinta segundos después. Y ahí comprendes que Trinidad, su personaje, no lo hace por maldad, sino porque es lo que toca, porque el hambre no entiende y porque tiene que hacerlo. Absoluta genialidad.

Hablando de hostias, madre mía qué hostias tiene esta película. Ayudada por un uso de la banda sonora y de efectos magistral y por una colocación de la cámara inteligente, la acción logra realmente traspasar la pantalla y hacer que saltes de la butaca o te retuerzas en ella en algunos momentos. Los golpes en pantalla crujen, sangran y duelen.

Pero además el gran, grandísimo logro de Luger es que además de contar la historia de la pistola perdida, cuenta una buddy movie no exenta de un humor agrio e irónico, de ese que levanta la media sonrisa mordaz del perdedor que sabe que por muy abajo que estés siempre puedes ir a peor. Aquí David Sanz lo borda en su papel, con un registro dramático al que no nos tiene acostumbrado y al que sabe dar su propia personalidad. Mario Mayo interpreta a su abnegado compañero, de fidelidad absoluta incluso en los momentos más difíciles de la cinta. Una reflexión sobre la amistad tremenda, que no menoscaba otra de las dinámicas que pone sobre el tapete esta película, la relación entre profesionales. Hay una escena maravillosa en la que dos personas, enemigas por las circunstancias pero iguales en el fondo, dos supervivientes del polígono, se enfrentan en un duelo dialéctico en una mesa de bar de menú. Ríete tú de Al Pacino y De Niro en Heat (Heat, Michael Mann, 1995), aquí tenemos a David Sanz y Bruno Martín, uno a cada lado de la mesa.

Casi nada.

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